El tándem de La Bookateca lo componen unos tipos de lo más peculiar. Algunos tienen mucha experiencia a pie de máquina y están en contacto
directo con el papel, la aguja y la imprenta a diario. El resto, sin embargo,
nos movemos como pez en el agua entre las teorías de la imagen, del libro y de la escritura pero –confesamos- no habíamos puesto las manos en tinta jamás.
Este equipo variopinto y equilibrado por lo demás, ha
decidido aprovechar la coyuntura para completar su formación y, gracias a los
talleres educativos que imparte la Imprenta Municipal de Madrid, aquella que ha
escrito no pocos artículos sobre escritura (tipográfica) en el arte, al fin ha
tenido la oportunidad de pasar una tarde en una imprenta artesanal y
experimentar en primera persona un aperitivo de lo que sería la impresión de un
libro.
A pesar de las agujetas en la mano izquierda por sujetar el
componedor y los tipos de plomo, el dolor de ojos por fijar la vista en esas
piezas minúsculas que eran las letras –y, además, de hacerlo especularmente-,
el dolor en el brazo derecho al ejecutar la imprenta o girar el rodillo de la sacapruebas y la aventura (dejémoslo ahí) de la justificación, gracias a la infinita
paciencia de mi profesora, salí airosa y pude, finalmente, contemplar el
milagro de la impresión de mi poema.
Fue una tarde maravillosa en la que, aunque había otros alumnos,
tuve la ocasión de establecer un contacto íntimo y físico con las letras:
tocarlas cogerlas a puñados de la caja, mancharme de ellas, ordenarlas en la
galera, sufrir su caída como si fueran piezas de dominó y fue… fantástico. Esta
oportunidad me ha ayudado a entender mejor a los tipógrafos y a admirar aún más
su trabajo.
Habrá que repetir pero, contra todo pronóstico, la parte de
mí que habitualmente admira y escribe sobre la ruptura de las normas en la
página, se vio sobrepasada por lo laborioso del trabajo de composición y
confieso: lo primero que pensé fue que, si Mallarmé me hubiera presentado a mí
–supuesta maestra tipógrafa- su Coup de Dés
en 1897, le hubiera dicho:
"- Señor Mallarmé, ¡váyase usted al cuerno!"
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